jueves, diciembre 18, 2008

Fiesta!


Jugar por Jugar

Desde hace unos meses los caminantes nos empezamos a interesar por el juego, esa actividad que colma nuestra niñez, que es nuestra principal forma de relacionarnos y conocer el mundo, y que de grandes miramos con cierta sorna. Quisimos con este dossier empezar a compartir otra mirada sobre el juego, una mirada que nos permite ver en él el comienzo de toda cultura, una forma de comunicación a rescatar, una herramienta para crear, jugando, un mundo mejor.




Cuando éramos niños, aprendimos, de la mano de nuestros padres o de nuestros hermanos mayores, qué era eso de jugar. La rayuela, el tatetí, la cachada, la escondida; juegos del barrio, de la siesta y del verano, sobre todo, del verano. Juegos de febrero, carnaval y bombuchas; juegos de los cumpleaños, y el lobo está; juegos de la lluvia, los más reprimidos por madres y abuelas. Alguien nos enseñaba las reglas, lo que estaba permitido y lo que no, en cada ocasión, y distribuía roles: el que persigue y el perseguido, por ejemplo. Y en algún momento, al llegar uno nuevo, y con tanta experiencia acumulada, uno sentía esa sensación de orgullo al convertirse en el transmisor de las cuatro o cinco instrucciones hacia la felicidad: yo apoyo la cara contra la pared, para no ver, y cuento hasta cien, y mientras tanto vos te escondés…
A medida que fuimos creciendo, los juegos se convirtieron en travesuras, a veces no tan inocentes (quién no erraba la puntería adrede, para encajarle un pelotazo al vecino fastidioso, infaltable de la cuadra), y más tarde se sofisticaron: el tutti fruti, y el truco, el ajedrez y todos aquellos que convertían una mesa en un universo, y a los jugadores, en niños, de nuevo. Jugar por jugar, sin más, con todo el tiempo por delante. Francesco Tonucci, un pedagogo italiano que de esto sabe mucho, aconsejaba en una nota periodística que, en vez de impartir mayor autoridad y vigilancia, estos tiempos reclaman más libertad. "Los niños no quieren recibir tantos juguetes", decía, "sino salir de casa y jugar con amigos. Los adultos deberían dejar de pagar por su culpa y permitir a los niños jugar".
Podríamos pensar que el juego es nuestra primera escuela: hay alguien que enseña y transmite de qué viene el juego. Ordenando, y requiriéndonos implícitamente internalizar la serie de instrucciones para jugar, nos ubica en un rol, y también nos prepara para el futuro relevo (quién no quisiera siempre esconderse…). Y cada juego, por sus características propias, nos introduce a un universo particular, con referencias internas y la necesidad de desarrollar habilidades específicas: uno se destacaba por su equilibrio, o por su rapidez, o por su audacia, o por su capacidad para resolver problemas.
Y si el juego imparte normas, también sugiere las formas para transgredirlas. Aprendemos a jugar, y aprendemos a subvertir las reglas que ese mismo juego propone (cuántas veces no miramos, en el campeonato definitorio de la escondida, por encima de nuestro codo para ver dónde se ocultaba cada quién…). Subvertir las reglas es quizás lo más hermoso de jugar: inventarnos nuestras propias leyes, las de los chicos de la cuadra, las de los chicos del club, las de los compañeros de la escuela, para hacer nuestras leyes a medida y seguir jugando.


Durante este año compartimos con un grupo de compañeros una experiencia de formación en dinámicas lúdicas. Nos juntamos tres veces en el año a jugar y a reflexionar sobre el juego. Quizás surjan dos preguntas casi de manera inmediata, qué es esto de dinámicas lúdicas y para qué esta formación.
La primera cuestión nos sitúa en el campo del juego como espacio delimitado para un modo de relación entre las personas. Jugar es establecer un tipo de vínculo específico con un mundo y las personas con las que nos encontramos en esa realidad lúdica. Cuando jugamos experimentamos ese vínculo y nos damos cuenta que circunscribir y reducir la actividad de jugar al momento de la infancia es privarnos de la satisfacción de una necesidad durante gran parte de nuestra vida. Jugar es una necesidad tan primaria, tan básica, que se manifiesta de inmediato en los cachorros humanos pero al poco tiempo ya no nos damos esos espacios socializadores y educativos que son los juegos. Recuperar esta dimensión nos parece central en los procesos socioculturales y educativos de las comunidades. Para lo cual aprender algunas técnicas y juegos singulares es importante para saber cómo hacerlo con otros.
Pero quizá - y acá va la segunda cuestión- tan importante como esto sea el sentido político que tiene el juego y que está en la experimentación grupal, primero de autorizarnos a darnos ese espacio y, en el marco de ese espacio y autorización, permitirnos transgredir normas de vida internas y externas como dice el Centro La Mancha de Uruguay quienes coordinaron estos encuentros que mantuvimos.
Nos autorizamos un espacio para poner en juego este permiso creativo con las normas que sin duda -en esta misma práctica- es transformador. Jugar dinamiza la potencia de transformación con los otros y desarrolla creativamente capacidades cognitivas, emotivas, sensoriales, perceptuales y sociales.
Hay otras formas de estar juntos, de construir mundos y de habitarlos de otro modo. Jugar es practicar un mundo habitado más por la confianza que por el temor. La experiencia de estos encuentros consistió en permitirnos momentos de ese mundo y trabajar nuestra disposición transformadora en nuestros modos de habitar con lo otros.

Editorial Caracol Diciembre

Se termina el año, eso es un hecho. Este caracol, sin embargo, atraviesa el calendario sin mas prisa que la que le dicta su propio andar. Llega siempre tarde a las ceremonias y homenajes (o se va antes de que empiezen, según quiera verse) y con su pequeña estela plateada sigue el rumbo incierto pero feliz que le va dictando el camino. Y en el camino que va de la biblioteca a cualquier parte del mundo se va cargando de libros, frases sueltas, anhelos, canciones, mucho polvillo, proyectos inconmensurables y algunos abrazos. Dicen por ahí, en la radio o en cualquier diario, que es tiempo de balances, de contabilizar, sumar y restar y ver qué quedó del año que termina. Pero, se dice este caracol para sí mismo parado sobre su propia y argenta linea del tiempo, ¿cómo meter en un balance las horas y los días de gracias, de compartir, de aprender cómo es esto de caminar sin que nos lleven de la mano, de construirse uno mismo y con otros su propia casa?. Ahí vamos, se dice el caracol mientras levanta su pequeña copa de sidra de manzana que, como todo el mundo sabe, es la bebida favorita de este boletín.