lunes, noviembre 06, 2006

José Lezama Lima

Reproducimos a continuación un fragmento de una entrevista a José Lezama Lima, poeta y novelista cubano. En su amor por los libros y las bibliotecas encontramos inspiración para nuestro trabajo cotidiano.

¿Alguna definición para biblioteca o libro?
En primer lugar, la biblioteca es un bosque: un bosque asiático, teutón, eslavo, noruego o cubano y tropical, Y tal como dio el poeta, el libro es un árbol, o un sol, que viene auroreando uno por qué y él otro en el espejo. Porque el sol, a su distancia, envía luz, pero luz que quedaría trunca, trabada, disuelta, si no encuentra la hoja que la convierta en energía primigenia y en oxigeno. Así que el árbol es como el representante de Dios, es decir, homólogo del hombre, si el hombre se decide a ser el representante del sol en la Tierra. La hoja del árbol, si vamos a definirlo por lo hemostático, impide que la sangre escape, la humana, y vaya al río animal como turbión: si lo alimenta en directo o si lo alimenta en indirecto, a través de la bestia vegetariana, el hombre por fin se levanta de la eventual condición de cuadrúpedo. La hoja del libro homologa esa acción, pero ya en otra intersección secuencialmente posterior. La casualidad no arma trampas de tan poco costo: es lo paralelo y lo tangencial haciendo coro en la casualidad. La hoja verde es una biblioteca vegetal, la hoja industrial es la biblioteca razonada. La del árbol es razón primigenia, la del libro es otra arremetida del sol.

¿Qué escogería entre un asado de cordero y un buen libro?
Son lecturas complementarias. Es como si usted diera de escoger entre levantarse por la mañana y acostarse por la noche. No se puede escoger: es inevitable levantarse y acostarse. No puede uno llenarse el estómago de palabras, por más que tenga la cabeza repleta de corderos. Cada cosa en su hora y para su función. Digo, en alguna parte, que el libro nos concierte en golondrinas, que la casa de los libros, la biblioteca, es la morada del dragón, que la página escrita abre caminos entre cielo y tierra. Digo aún más: el libro, por ser la mano errante, la cabalgadura que lleva y trae y trasiega con las noticias más oficiosas y pródigas, el caballero que se mira en el espejo de las circunvalaciones, es el primer pan hombre razonable. Después viene el cordero. Pero después viene el cordero. Inevitablemente. Y la pregunta suya, claro, no hay que adivinarlo, procede, para mi suerte, de una fama equinoccial que se derrama sobre mi persona. Soy, como se dice, cuarto bate de la lectura, y cuarto bate para los asuntos de sentarse a la mesa a deglutir con pasión, sobre todo si es cordero, sobre todo si es el sencillo mendrugo. Lujuria un día, sobriedad al siguiente. Y entre lujuria y resignación, el manjar imprescindible del buen libro, porque para esa ingestión sí no acepto bagatelas. Ahora escoja usted: ¿levantarse o acostarse?

¿Me hablo de un proyecto de biblioteca habitable?
Usted saca afuera ahora ese gato desvelado- Es, digamos, un proyecto reiterado de la duermevela. Al enunciarlo, aparece como el influjo irremediable de Borges. Borges adoptó, ahijó, a las bibliotecas, sobre todo las desmesuradas y laberínticas. Si ahora concibo una confortable biblioteca-hogar, parece que no puedo prescindir ni de su tigre de palabras, apresado y escapando siempre. Mi biblioteca imaginada tendría amplios salones iluminados y un mínimo de paredes y muros: sería comunicable y comunicante, de puntual alto y techo de dos aguas. Y además, como no, con un número aceptable de ventanas y sillones, pues acostumbre, para dicha de la corpura y la suavidad de los glúteos, permanecer sólo donde haya una ventana y un sillón, una para viajes cortos por la luz y el otro para periplos de más largo alcance. La biblioteca tendría, claro, trozos de cielo -sería una especie de biblioteca a cielo abierto-, tendría, claro, alguna espléndida luz de mediodía, árboles y pájaros respectivos, luna y puñados de soles titilando en la oscuridad de un pedazo de noche. Y algunas otras golosinas de carne. Y café en el ambiente,. De ninguna manera faltaría un bañito íntimo, acogedor, con algunos buenos títulos en el estante, para refrescar las vehemencias que se sufren en el trance de aligerar. En fin, un paraíso o Paraíso calientito. Algo bien pensado, amigo, no tema para quien subsiste con letras, engorda con lecturas, nutre con palabras el protoplasma, entra en solfa después de lecturear. Este proyecto de biblioteca, posible porque es imposible, es susceptible de cambios y sugerencias y permanece abierto de par en par. De le puede agregar algo de cualquier imaginación o naturaleza. Un hidrante contra incendios. Un manantial a la entrada. Hamacas para siestas y algún paraguas para capear temporales. Y si lo desea, algo, una regadera o manguera para mantener el jardincito, sí, porque ni los jazmines ni las calandrias viven de chuparse el codo. Ese es mi proyecto: una majadería, una quimera con alas de papel.

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