Luego de andar y andar, corresponder, ordenar los libros, sacudir el polvo, al fin la confluencia con los compañeros de la universidad trashumante fue un hecho que abrió más de una tranquera.
Nos reunimos el sábado a la mañana para comenzar el taller que caminaríamos la tarde del sábado y del domingo.
Entre la búsqueda de los trashumantes, la apuesta por la expresión artística en la reflexión política pedagógica, ocupa un lugar no menos importante que la circulación de la palabra. Con la fuerza de esa convicción, Tacu entra con una colorida valija al salón de la biblioteca, donde los presentes estamos sentados en ronda y empieza a revolver en ella retazos que le sirven para tejer un relato acerca de la universidad trashumante. Momentos del relato son interrumpidos por Laura, Federico, Danilo, Carina, Natalia, Cecilia y Adriana con dramatizaciones que completan la historia y la actualizan.
Luego somos nosotros, los convocados al taller, los que caminando el espacio del salón tendremos que imaginar el equipaje que llevamos, para que cuando nos detengamos podamos sacar de él las pasiones que tengamos más a mano, componerlas en palabras y contarlas a los otros. Ahí arrancamos.
Lo que vino después fueron un par de actividades que trabajamos en grupos más pequeños primero para luego trabajarlas en la gran ronda grupal. Las consignas, bichitos de luz, que revoloteaban entre las voces punteaban un tema para pensar: la realidad, nuestra realidad, la realidad que cada uno siente y ve cuando dice “realidad”. Primero ensayamos una representación, donde asomó el juego, la parodia, la danza, el teatro, lo que aprovechamos como material para hacer el ejercicio de nombrar problemas que identificamos cuando hablamos de realidad y ubicar esos problemas en el tiempo: cuales son históricos y cuales más actuales. Así construimos el primer momento que cerramos provisoriamente para almorzar juntos. Compartir la hora de comer fue seguir encontrándonos: conversar la vida, los sueños, los orígenes, las pasiones que escuchamos de los otros, contar chistes, hacerle un sanguchito al compañero, tirarse a la sombrita a descansar un rato.
La tarde del sábado nos sorprendió otra vez en ronda. Seguimos en la compleja tarea de problematizar la realidad, ahora con preguntas que si bien no pretendían una respuesta contundente, era una invitación a pensar nuestras prácticas y volver a preguntarnos sobre ellas. El trabajo de problematizar la realidad y profundizar en sus problemas y en sus causas corresponde a un momento metodológico del taller: El momento de “la denuncia”.
La nochecita del sábado nos encontró en una ronda de creciente calidez y cercanía. Nos despedimos con folklore y abrazos.
La tarde del domingo esperaba nuestra ronda. Nos reunimos avivando la llama de un fuego simbólico que encendimos el sábado para calentar el cuerpo y afianzarnos en el encuentro. Y así el domingo, comenzábamos a construir el otro momento metodológico del taller que los trashumantes llaman “el anuncio”. Para empezar trabajamos con crayones y papel. Con música de fondo cada uno tenía que dibujar como se veía en los próximos dos años. En grupo, compartimos las producciones. Entrever las diferencias y lo común era la consigna para que con los dibujos individuales fuéramos construyendo uno más grande. Retazos de lana, cintas y pegatinas vinieron a completar un cuadro hecho de caminos que entraban y salían, pero que nos encontraban.
Para desandar la propuesta del “anuncio”, nos invitaron a pensar alternativas para esa realidad que veníamos denunciando. ¿Con quienes? ¿Desde donde? Y ¿Cómo?, fueron las preguntas que nos plantearon discutir.
Cerramos el taller volviendo a abrir la valija, esa que nos había acompañado desde sábado por la mañana. Esta vez para ver si las pasiones que teníamos a mano eran las mismas, si había nuevas, reconocer que cosas se habían removido y también si queríamos aportar con alguna evaluación de la vivencia.
Otra vez y de nuevo, cada uno “tomó la palabra”.
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